El poder del padre en la Antigua Roma era absoluto y se extendía a su familia. Podía someter a sus hijos a la esclavitud, obligarlos a casarse o divorciarse, y aunque fueran adultos y tuvieran su propio hogar, no eran considerados jefes de familia ni podían poseer propiedades mientras sus padres estuvieran vivos.
La tutela del padre se mantenía sin cambios incluso en el caso del matrimonio sine manu, en el que la mujer tenía su propia autoridad legal y su esposo no tenía poder sobre ella en caso de divorcio. Aunque existía el matrimonio cum manu, en el que la mujer pasaba de la autoridad del padre a la del esposo, esta forma dejó de usarse antes de la República y fue reemplazada por el sine manu.
Aunque las mujeres en la Antigua Roma eran ciudadanas, no tenían derecho a votar ni a ocupar cargos políticos, aunque no se les prohibía hacer negocios. Las mujeres de la alta sociedad poseían y dirigían empresas navieras y fábricas de ladrillos, y ayudaban a sus maridos a administrar sus negocios. Además, las leyes del período imperial que castigaban a las mujeres por adulterio excluían a las que tenían negocios o eran dueñas de una tienda.
Las mujeres podían casarse a partir de los 12 años, aunque las de la nobleza solían hacerlo antes que las plebeyas. Los hombres, por otro lado, solían casarse antes de los 25 años. Durante el gobierno del emperador Augusto, el matrimonio y la maternidad se alentaban mediante leyes. Los jóvenes que no se casaban eran castigados.

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