11 Cosas que hacemos por nuestros hijos adolescentes que solo los alejan de nosotras
Definitivamente todas pasamos por la turbulencia de la adolescencia y batallamos con nuestros padres durante esa etapa. Pues ahora nos toca estar del otro lado. Podemos ver cómo nuestros hijos se enfrentan a varios cambios que los vuelven irritables, y pareciera que la relación que teníamos con ellos no tiene sentido, porque son incomprensibles. Claro que a nosotras también nos afecta lidiar con esto y buscamos desesperadamente la manera de no perderlos. Sin embargo, a la hora de proponernos entablar una comunicación asertiva con ellos, no siempre elegimos la mejor alternativa.
Pero no te preocupes, en Bella y Genial investigamos más sobre esta etapa, y aquí te mostraremos cuáles son esas cosas que habría que evitar para no alejarlos, y qué es lo que sí podrías hacer para que confíen en ti y transiten lo mejor posible este momento (tanto tú como ellos).
1. Hacer predicciones apresuradas sobre su futuro
No quiere bañarse ni cuida su apariencia, no se hace responsable ni siquiera de acomodar su habitación, llega tarde a todas partes... ¿cómo podrá ir a la universidad? ¿Qué trabajo serio podrá conseguir en esas condiciones? Aunque queramos lo mejor para nuestros hijos y auguremos para ellos un futuro brillante, imaginar esto en su adolescencia es un error. Esta situación de ahora pasará; la pubertad es un proceso de cambio de un estado a otro, un salto.
Aunque no lo reconozcan, lo que nosotros pensemos es para ellos muy importante, y necesitan que confiemos en sus capacidades y posibilidades. Por eso, hagamos el ejercicio de cambiar nuestro enfoque. En lugar de predecir su futuro, mejor preguntémosles cómo se sienten ahora y qué es lo que a ellos les interesa en este momento.
2. Sobreidentificarnos con ellos
Sentimos empatía por nuestros hijos cuando nos podemos poner en su lugar para comprender realmente lo que les está sucediendo; nos sobreidentificamos cuando lo vivimos como si nos estuviera ocurriendo a nosotros y actuamos en consecuencia. Pero olvidamos que ellos son diferentes. Tienen otros gustos, otras preferencias, otro modo de ser.
Cuando tu hija te cuenta que el chico que le gusta no le corresponde, ¿cómo te sientes? ¿Indignada? ¿Quieres buscarlo y decirle de lo que se está perdiendo? Sí, no estás comprendiendo que tu hija está enojada y confundida, sino que tú estás enojada y confundida también. Y sintiéndote exactamente igual que ella, no podrás ayudarla.
Así que cuando charles con tus hijos, tómate un tiempo para pensar. Así comprenderás que esto les está pasando a ellos, no a ti, y que tú, desde afuera, tienes la tarea de hacer que se sientan mejor. Seguro sabrás cómo lograrlo.
3. Tomar sus malos modos como algo personal
Si tomamos sus palabras de aceptación y su buen comportamiento como una satisfacción personal, un signo de que “hemos hecho las cosas bien”, es probable que hagamos lo mismo con sus malas contestaciones, con sus bajas calificaciones en el colegio o con sus actos de rebeldía: un desaprobado en nuestra libreta de calificaciones maternas.
Esto no es así: cuando ellos se comportan de una manera que nos resulta desconsiderada, simplemente están siendo ellos mismos. Traspasan límites, tienen problemas para regular sus emociones, se preocupan y se angustian. ¿Por qué todo en casa y frente a nosotros? Somos un blanco fácil: los amamos incondicionalmente. Y ellos lo saben.
4. Enfrascarse en fuertes discusiones
Puede que el enojo ante las actitudes que nos resultan desconsideradas nos haga perder el control y que terminemos por zambullirnos en una pelea que no nos llevará (ni a ellos ni a nosotros) a ninguna parte. Es mejor que en estos casos, cuando sientas que estás a punto de perder la paciencia, te alejes y busques acercarte más tarde, cuando una conversación más productiva sea posible.
5. Querer tener siempre el control y mantenernos inflexibles
En las relaciones entre padres e hijos, es importante fijar ciertos límites y pautar normas. A veces cometemos el error de pensar que siendo rígidos y mostrándonos inflexibles lograremos cierto orden en la vida de nuestros hijos adolescentes.
Sin embargo, lo mejor es que las normas sean consensuadas y negociadas. Si nos mantenemos en nuestra posición a toda costa, solo los alejaremos de nosotros, y posiblemente obtengan lo que quieran a nuestras espaldas y corran toda clase de riesgos para lograrlo.
Negocia cosas que sean posibles, por ejemplo, una salida con amigos que no estaba pautada, y fija nuevas normas sobre ese encuentro: hora de llegada, llamadas por teléfono, etc. Si le demuestras a tu hijo que puedes comprender sus razones y cambiar de opinión, es más probable que responda justo como te dijo y que la relación entre ustedes sea más sincera.
6. Sobreprotegerlos
Es cierto que como adolescentes, nuestros hijos pueden estar expuestos a riesgos y peligros; por eso, querer protegerlos, cuidarlos y procurar que estén a salvo es la reacción más natural. Sin embargo, si lo hacemos en exceso, lejos de ayudarlos los estaremos perjudicando. Es que nuestra presencia constante puede, además de fastidiarlos y hacerlos sentir ahogados en el momento, generarles emociones negativas que pueden afectar su personalidad y la forma en que se relacionan con otros incluso en su adultez.
La sobreprotección genera problemas de seguridad y autoestima que impactan su confianza, autonomía y su personalidad. Con nuestra ayuda constante, ellos interpretan que no están capacitados para manejarse por sí solos en la vida. Muy por el contrario, lo que necesitan es demostrarse a sí mismos que sí pueden hacerlo por su cuenta, sin nosotros.
7. Darles “lecciones de vida”
Nuestro hijo tiene un problema o se acerca a nosotros para contarnos algo que le ocurrió, y creemos que es el momento justo para darle una “lección de vida”. Nos sentamos y comenzamos un largo monólogo sobre qué es lo que debería hacer, qué hacíamos nosotros a su edad, cómo debería comportarse, por qué no debería haber hecho lo que hizo y un largo etcétera.
Quizá lo que nuestros hijos necesitan simplemente es que los escuchemos sin juzgarlos. Nuestro silencio seguramente hará que nos cuenten aún más. Esto nos permitirá entender más sobre ellos y sobre la situación en la que ahora se encuentran. Si continuamos interviniendo con “lecciones de vida” y “lo que deberían hacer”, lograremos que ya no busquen ayuda y lidien con sus problemas a su propio entender.
8. No escoger el lugar y momento adecuados para hablar
Sin duda, este es un aspecto importante, porque afecta la confianza de nuestros hijos al percibir estas charlas como humillantes o como castigos. Es decir, aunque ellos realmente no hayan cometido faltas para ser reprendidos, se sienten expuestos ante los demás. Para evitar escoger el lugar y momento inapropiados puedes establecer algunos criterios.
Por ejemplo, si vas a criticar o pedir explicaciones, espera a estar a solas con tu hijo y piensa en la mejor manera de abordarlo para una comunicación asertiva. Si vas a felicitarlo o elogiarlo sería bueno que esté con su grupo u otras personas significativas para compartir con los demás los aspectos positivos. Por último, si ha comenzado una discusión, ves que se te escapa de las manos y no es el momento apropiado, expresa que será mejor que sigan discutiéndolo más tarde.
9. Criticar a sus amigos
Es normal y saludable que nuestro hijo tenga muchos amigos y que haga algunos nuevos en esta etapa. Puede que de esos nuevos, alguno no nos guste, nos caiga mal o creamos que puede ser para él una mala influencia. ¿Qué debemos hacer en este caso? ¿Decírselo y pedirle que se aleje? Error. Como siempre, nuestra negativa puede generar en un niño rebelde exactamente el efecto contrario al que buscamos.
Primero debemos preguntarnos por qué no nos gusta. Si es solo una cuestión personal, y no hay nada en él que objetivamente podamos considerar peligroso, olvidémoslo. No tenemos que ser nosotros los amigos de ese chico, y no todo el grupo de pertenencia de nuestro hijo tiene que caernos bien.
Si así y todo pensamos que sí puede ser una influencia perjudicial, no critiquemos su comportamiento ni reprendamos a nuestro hijo por las malas conductas de su amigo. Solo establezcamos algunas reglas especiales en su relación con esa persona y prestemos más atención de la normal a sus encuentros. Siempre es mejor no imponer restricciones, sino darle tiempo de que solo se dé cuenta y decida que esa amistad no es para él. Recuérdale y hazle sentir que estás de su lado, no del contrario.
10. Querer que hagan lo que nosotros no pudimos hacer
Es común que queramos lo mejor para nuestros hijos y que, en ese camino, pensemos que lo ideal para ellos es lo que de muy jóvenes creíamos era perfecto para nosotros. Alguna meta que quisimos lograr y por algún motivo no pudimos, ahora pretendemos que la alcancen ellos para sentir que de algún modo nuestro sueño está cumplido.
Pero la realidad quizá nos diga otra cosa: ellos no son como nosotros, son distintos, tienen proyectos diferentes, y lo que en otra época pudo habernos parecido fascinante, a ellos puede no atraerles para nada. Si bien podemos orientarlos y animarlos, finalmente tomarán sus propias decisiones, y así es como debe ser. Proyectar en ellos nuestros deseos personales no hará más que hacerlos cargar con un peso innecesario.
11. No respetar su privacidad
¿Notas a tu hija triste o algo extraña y revisas su celular para saber “en qué anda”? ¿Entras al cuarto cuando no está y mientras acomodas, checas el bolsillo de su abrigo? Puede que creyendo que es mejor monitorear su vida, te estés equivocando y solo consigas más distancia de su parte.
Espiar a menudo empeora cualquier problema, porque significa desconfianza en ellos e intromisión en su espacio. Además, hacerlo seguramente no resolverá el asunto, y puede que, por el contrario, nos genere aún más ansiedad. El hecho de que sepamos lo que ocurre no significa que podamos actuar y resolverlo.
Si realmente consideras que tu hijo podría estar corriendo un riesgo, lo mejor es que hables con él y le avises que tendrás que mirarlo más de cerca y revisarle sus cosas si es necesario. Así sabrá que estás alerta y no tomará tu intervención como una traición. Si ese es el caso, tarde o temprano agradecerá que hayas estado allí.
Recordar nuestra adolescencia puede ser la clave para mejorar aquello que nos hubiera gustado tener en esa etapa con nuestros propios hijos. Si descubriste algo que te ayudó a llevar una relación más positiva con tu niño, déjalo en los comentarios para que otras madres puedan tomar tus consejos. Comparte este artículo con amigas que tengan hijos adolescentes y puedan estar pasando por situaciones parecidas.