Bella y Genial
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20 Historias de internautas que no se dejaron intimidar por el descaro

¿Alguna vez has hecho un favor a alguien solo para recibir una actitud descarada y desagradecida a cambio? A todas nos ha pasado. Pero, ¿y si te dijera que hay formas efectivas de lidiar con este tipo de situaciones? Descubre en esta lista casos de personas que lograron defenderse con elegancia de los ingratos y a otras que no les quedó más que armarse de paciencia.

  • Una vez una vecina vino a mi casa pidiendo leche; y pues, en casa tomamos de soya o de almendra, le fui a dar y me dijo que solo tomaba Lactaid, pero que por esa vez aceptaba “esa rara”. Le dije: “Bueno, esto tomamos en mi hogar, si tiene exigencias, puede ir a comprarla con su dinero”. Estaba por cerrar la puerta y me preguntó si no se la iba a dar. Se la di, pero no volvió a pedirme nada. A veces, cuando veía a mi esposo, le pedía hasta dinero para la lavandería. © Theneisha Torres Lacén / Facebook
  • Estudiaba en Estados Unidos y una amiga mía vivía allá también, pero en otro estado. En una ocasión, ella estaba en apuros y me pidió dinero; sin pensarlo dos veces, le envié lo que pude. Al tiempo nos encontramos en México y me dijo que en cuanto le fuera posible me pagaría; yo le dije que estaba bien, solo que por favor fuera en dólares porque yo prácticamente vivía allá. Lo que pasó fue que me pagó cuando pudo, pero en pesos mexicanos y a un precio que ella puso. © Bren Flores Y Ruiz / Facebook
  • Antes yo tenía un restaurante y vendíamos una sopa muy especial y típica del lugar. Un día un papá con dos hijas nos pidió comida y le dimos sopa; ellos no la quisieron, porque querían el pollo frito. Me enojé tanto porque botaron la sopa en la calle. © Wendy Rada de Fernández / Facebook
  • Vino una señora y me pidió que fuera madrina de sexto año de su hija, que eran muy pobres y no iban a hacer comida, que no le regalara nada, pero que la acompañara para que no fuera sola. Le compré flores y un regalo. Al inicio de clases, la señora me enseñó una lista que llenaba una cuartilla, iniciando con 350 pesos de cooperación voluntaria, dos uniformes de deportes y mucho más. Le pregunté qué era eso y me dijo: “Usted fue la madrina de sexto y tiene obligación de comprarle todo lo que necesita para entrar a la secundaria”. Le respondí: “Obligación, solo con mis hijos, no voy a comprar nada”. No me volvió a dirigir la palabra. © Margarita López Aguilar / Facebook
  • Hace muchos años, mi tío compró un taladro y sus hermanos se lo pedían prestado a cada rato. Uno de ellos se lo quedó más de un año, hasta que un día mi tío le pidió que se lo llevara, que lo necesitaba para un arreglo. El hermano lo hizo esperar una semana, y cuando fue, le dijo que se apurara para usarlo y no bien acabó el trabajo, se lo volvió a llevar. Porque él no podía dejárselo prestado, porque lo estaba usando. O sea, se apropió del taladro de mí tío y nunca más se lo regresó. Hace unos años, yo le regalé varias herramientas a mi tío (taladro, amoladora, sierra eléctrica) y en un almuerzo familiar en el que estaban sus hermanos, dije al pasar: “Tío, más vale que nadie le vaya a pedir prestadas las herramientas que le regalé, porque si no, yo iré personalmente a sus casas a cobrarlas”. Desde entonces, nunca más le pidieron sus herramientas. © Geo Gley / Facebook
  • Yo tenía un vecino de departamento que levantaba mi periódico de los domingos por debajo de la puerta principal. Solo éramos dos departamentos. Su hija lo leía y marcaba los clasificados (estaba buscando trabajo), yo se lo iba a reclamar y tenía que esperar a que ella terminara. ¡¡¡CARADURAS!!! Suerte que me los pude sacar de encima. © Mirta CIlia / Facebook
  • Una vez me encontré un schnauzer miniatura todo cochino comiendo en un basural a unas 10 cuadras de mi casa. Pregunté a viva voz si era de alguien alrededor y nadie respondió. Al otro día puse carteles en todos los negocios cercanos con su foto y mi dirección. Pasaron 4 días y una señora fue a mi casa muy enojada diciendo que era su perro, que yo lo había secuestrado y ni las gracias me dio. Al tiempo supe que le andaba diciendo lo mismo a todo el mundo; resultó que a los pocos meses, su hijo entró al mismo colegio que el mío, y en la primera reunión, le pregunté por el perro y me dijo que lo habían atropellado, a lo que le dije que debía habérmelo quedado yo. © Vianka Prádena / Facebook
  • Una vez, un tipo mal vestido golpeó a mi puerta pidiendo que lo ayudara con algo de comida, arroz, azúcar, enlatados, etc. Era fin de mes y mi despensa estaba quedándose vacía, aún no hacía compras y no tenía nada en ese momento, solo unas naranjas y manzanas. Cuando se las quise regalar, el tipo se molestó diciendo que eso no le servía para nada y que me las comiera yo. © Amparo Imbat / Facebook
  • Mi madre tenía una amiga (adulta mayor) que solía ir a conversar con ella. Generalmente se quedaba a almorzar y mami siempre le daba un bocadito. Resulta que un día mami se quedó sin gas para cocinar y le pidió a su amiga que le permitiera cocinar en su estufa (pues éramos 4 hijos pequeños, más la señora y mi madre). Pues la doña salió diciendo que el esposo se enojaba si se pasaba con los gastos de la casa. Así que mi madre tuvo que ir a comprar pan y un refresco para darnos comida, y la señora esperó su ración. © Xinia Castro / Facebook
  • Una señora me vendía cosméticos; yo no los necesitaba mucho y aun así le compraba, porque sabía de sus necesidades. Un día que yo no podía comprar porque andaba un poco corta, le dije pues que “ahorita no, muchas gracias”, y la muy descarada me dijo: “No sé de qué se queja si su esposo tiene un trabajo fijo”. No volví a comprarle, además de que a veces le gustaba cambiarles el precio a las cosas y pensaba que no me daba cuenta. © Karlangas Lira Trujillo / Facebook
  • Me fui al centro de la ciudad a hacer unos encargos; recién bajado del bus, un señor muy mal trajeado me pidió “una colaboración” y le di unas monedas. Tres horas después y luego de caminar, subir y bajar escaleras, hacer pequeñas colas para compras y pagos, decidí que merecía un café y algo para masticar y entré a un restaurante. Revisé la carta y vi que los precios estaban un poco lejos de mis posibilidades, así que pedí un café americano y una empanada, lo más cómodo. De pronto, de perfil vi al tipo que me había estirado la mano en una mesa a unos metros, despachándose un jugo de frutas, un tremendo sándwich triple o cuádruple, algo así, y un café con leche. Para hacerlo fácil de entender, mi cuenta sería cinco; la de él, veinte. © Fernando García Soto / Facebook
  • Una vez me pasó en el restaurante de mi mamá que llegó una familia de 4 a pedir comida regalada. Mi mamá les preparó dos platos completos de pescado para que compartieran; cuando se los llevé, el padre me dijo: “Cámbiame esto por carne, a nosotros no nos gusta el pescado, y tráeme los platos completos, ¿no ves que somos cuatro?”. Me puse furiosa, no les entregué nada y les dije que se fueran. Ese señor me dijo todas las groserías que sabía y hasta se inventó otras, incluso intentó quebrar los vidrios del local, literalmente enfureció y varios clientes que estaban almorzando lo pusieron en su lugar y lo hicieron retirarse. A nadie le cabía en la cabeza lo que había pasado. Exigiendo platos costosos, completos y regalados. © Klara Lopez / Facebook © Klara Lopez / Facebook
  • Cuando estaba recién casada, la tía de mi esposo me pidió que le prestara dinero para comprar gas, que se le había terminado. Me dijo que cuando yo regresara del trabajo, me pagaría. Después me enteré de que a todos les hacía lo mismo y nunca pagaba... nunca me pagó. © Elsa Franco / Facebook
  • En una ocasión encontré un celular, llamé a cualquier teléfono allí grabado y me contestó la hermana de la dueña del celular; me dijo que yo no lo había encontrado, sino que lo había robado. Insistí en devolverlo, pero la señora, muy furiosa, me dijo que no deseaba que lo regresara, que podía quedarme con él. Guardé por meses el aparato esperando que llamaran cambiando de opinión, pero nunca llamaron. © Sander Seney Sierra Corredor / Facebook
  • Mi prima tenía unas vecinas que pedían de todo: desde una taza de azúcar hasta toallas sanitarias. Una vez le pidieron harina para hacer un pastel, después volvieron a pedir huevos, azúcar, polvo para hornear, mantequilla, etc. Al rato la vecina volvió y le pidió el molde para poner la mezcla porque el suyo se rompió cuando fue a usarlo, y el colmo fue cuando volvió por milésima vez y le preguntó si podía poner la mezcla en el horno porque se le había acabado el gas y que aprovechara a hacer dos para que le saliera más económico. © Carmen Patricia Neira Muñoz / Facebook
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