Bella y Genial
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21 Veces en que la tacañería no generó enojo, sino vergüenza ajena

En la vida, nos encontramos con cualquier tipo de persona, desde aquellas que suelen ser muy generosas hasta aquellas que parecen tener una mezquindad infinita. Lo importante es cómo reaccionamos a nuestras experiencias con personas egoístas y qué aprendemos de ellas.

  • En la escuela donde trabajo, hay un maestro tacaño. Cuando hacemos un desayuno comunitario, todo el mundo colabora menos él. Pero, a la hora de comer, aparece con la mayor cara de inocente para comer con nosotros. Y todavía reclama que no come jamón y que deberíamos comprar más queso. © Alexandre DE Lima Marcuci / Facebook
  • Fui a una fiesta de cumpleaños, cantamos las mañanitas y el festejado no cortó el pastel. En un momento fui a cambiarle el pañal a mi hija y cuando me agaché para recoger algo que se había caído al suelo, ahí estaba el pastel, debajo de la cama. © Jéssica Afonso / Facebook
  • Un domingo, un vecino nos invitó a almorzar a su casa, pues su hija estaba cumpliendo un año. Le pidieron a mi padre que se encargara de preparar y asar la carne. Todo contento, se levantó temprano y fue a encender el fuego y a preparar la parrilla. Cuando nos sentamos, sirvieron pollo hervido y un pollo guisado cortado en trozos. Escondieron la carne asada, solo disfrutamos de su aroma. Comimos y nos fuimos enseguida. © Rosane Godoi / Facebook
  • Una vez decidieron jugar al Santa Secreto en la escuela. Participé y di un buen regalo, según el valor estipulado de 5 dólares. En comparación, obtuve un solo bombón envuelto en aluminio. Descubrí que el padre del niño le había dado el dinero para que comprara un regalo, pero él lo gastó en sí mismo. Fui al supermercado donde el padre trabajaba y le conté lo ocurrido. Casi muere de la vergüenza y me compró unos cuantos dulces. © Thayná Maba / Facebook
  • Participé de un Santa Secreto cuyo regalo debía tener un valor de 3 dólares. Compré una camisa para mi amigo oculto y yo obtuve un juguete usado, oxidado y una minitaza de 30 centavos con el embalaje rasgado. ¡No tengo suerte! © Thamara Alves / Facebook
  • Un día, mi padre hizo una parrillada enorme y cuando se sentó a comer, no había quedado ningún trozo de carne para él. Una pariente que estaba presente preparó varios platos completos y los escondió en el horno para comer con sus hijos los días siguientes. Yo llevé refrescos y, mágicamente, desaparecieron y fueron sustituidos por jugo barato. © Claudia Cavichiolo / Facebook
  • Trabajé en un bufé bien caro de la ciudad en donde vivo. En la primera fiesta de bodas que serví, descubrí que los pasteles eran escenográficos, o sea, de mentira. Me quedé pasmada, porque en las fiestas humildes los pasteles son de verdad, por lo menos los que yo hago lo son. © Naiara Neres / Facebook
  • Hicimos una fiesta con comida tradicional y cada uno tenía que llevar algo. El muchacho que debía traer el maíz no llegaba, así que improvisamos unos bocadillos de última hora. Cuando el chico llegó con el paquete en medio de la fiesta, vio la bandeja que ya habíamos preparado. Entonces colocó la bolsa a un lado y dijo: “Ah, me voy a quedar con el maíz, aquí ya hay mucho para comer”. © Liz Levy / Facebook
  • Cuando trabajaba en una parrilla bufé, había una señorita humilde que iba a comer allí una vez por semana. El dueño le cobraba un precio simbólico de unos pocos dólares. Ella llegaba con un montón de bolsos y se sentaba al fondo del restaurante. Todo el mundo la trataba con respeto, hasta que un mozo nuevo la vio fingir llevarse un pedazo de carne a la boca y dejarlo caer en un recipiente escondido a un costado. Y no era un recipiente pequeño. Ese día, el dueño le cobró el precio normal, ¡y ella tenía el dinero! Nunca más volvió. © Érika Louisie / Facebook
  • Una vez, un amigo nos invitó a almorzar a su casa y nos pidió que lleváramos la bebida, pues él iba a comprar lo demás. Luego dividiríamos la cuenta. Cuando llegó la hora de la división, él añadió el detergente, la esponja de lavar platos, el papel higiénico y hasta el papel de cocina. El detalle: mientras estábamos comiendo, su esposa iba juntando todo y guardaba la comida en la nevera sin siquiera esperar a que termináramos de comer. Ni hablar de repetir. Jamás. © Poara Zaze / Facebook
  • Mi familia era mi exmarido, mis dos hijos y yo. Yo era manicura y atendía a los clientes en mi casa. Todos los viernes compraba pizza con el dinero que ganaba ese día. Tenía una clienta que iba todos los viernes a las 19 h. Cierta vez, decidí no comprar pizza, pues no había terminado de atender a todas las clientas. Cuando terminé, ella continuó sentada y yo, muy educada, le di conversación. El tiempo pasó, entonces ella me dijo: “Vaya, la pizza está demorando hoy”. Ahí fue cuando descubrí que ella quería ser atendida en ese horario solo para comer pizza gratis. © Bia Traina / Facebook
  • Fui con un equipo de seis personas a trabajar en una zona rural y llevamos comida como para veinte personas. Las cocineras que estaban allí hicieron el almuerzo, pero todo el mundo comió poco. A las tres de la tarde, el coordinador nos pidió que fuéramos a buscar comida para que comiéramos a la orilla del río. Entramos a la cocina y encontramos solo las ollas lavadas. Las cocineras se habían llevado todo. Tuvimos que contentarnos con café y pan duro. © Gillene Silva / Facebook
  • Cuando era niña, fui con mi madre a la casa de una amiga suya. Ella y su marido eran conocidos por ser maestros de la mezquindad. Solo comían lo que había en la huerta y esperaban a que la gallina pusiera huevos para almorzar y cenar. Un día, levanté una fruta que había caído de un árbol y al momento la mujer me gritó que no podía comerla. Le dije que se había caído al suelo y ella respondió: “¡Déjala ahí para que la coman los pajaritos!”. Mi mamá me tomó de la mano y dijo: “No te preocupes, hija, ella se va a llevar la fruta a la tumba cuando parta para un lugar mejor”. Nunca más volvimos por allí. © Michele da Silva / Facebook
  • Siempre nos reuníamos en la casa de algunas amigas. Cada mes era en una diferente. Cuando llegó mi turno, una amiga trajo minipizzas congeladas y vencidas. Como nadie comió, se las volvió a llevar. Cuando el encuentro fue en su casa, llevé dos potes de helado y ella los escondió. Sirvió nuevamente las minipizzas vencidas hacía un mes. Le pedí el helado, pues los niños querían, pero ella dijo que había muchas cosas para comer y que no era necesario abrir lo que había llevado. Tomé la decisión de ir al congelador y tomar el helado para que todos comieran. Resultado: me sacaron del grupo. © Ana Carolina Lugarinho Ramos / Facebook
  • Hice un baby shower para mi hijo. Fue todo muy rápido, pues él nació a los 6 meses de embarazo. Aun así, mantuve la fecha y lo celebré cuando salí del hospital. Una compañera de trabajo no asistió, pero envió de regalo un mono de peluche viejo que ella había recibido de otra amiga, ¡YA USADO! Cuando me casé, su tía también me dio una vajilla de plástico USADA. ¡Ahora entiendo todo! © Daniele Sá / Facebook
  • En una fiesta de graduación, después de que todos se sirvieron, la organizadora guardó todos los bocadillos y dulces en su auto. Eso sucedió más o menos a la medianoche y la fiesta fue larga, sin comida para los invitados. Lo peor fue que ella dijo que los mozos hicieron desaparecer todo, y yo formaba parte de ese equipo... © Maristela Mazon Silveira / Facebook

¿Cuál ha sido tu peor experiencia lidiando con personas tacañas?

Imagen de portada Thayná Maba / Facebook
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