Bella y Genial
Bella y Genial

28 Personas que pasaron un mal rato por culpa de la curiosidad

¿Sabes qué es lo que nos caracteriza como seres humanos? ¡La curiosidad que sentimos ante lo desconocido! Gracias a esa chispa que surge en nuestro interior, hemos hecho grandes descubrimientos. Pero a veces, también nos lleva por caminos poco favorables que solo nos dejan una mala experiencia, y una buena historia para contar en el futuro. Precisamente, las personas de este artículo han acabado comiendo cosas desagradables movidas por este impulso. Te invitamos a leerlas para que no te pasen. Y no olvides que al final te esperan 2 bonos.

  • Una vez, fui a la despensa de mi mamá y encontré una lata abierta de leche condensada que ya había sido empezada. Me gustaba tomar pequeños sorbos de ella y luego guardarla de nuevo. Pero en una ocasión, cuando di otro sorbo, sentí algo extra en mi boca. Pensé que era un trozo de coco rallado y lo mastiqué, pero resultó que “la ralladura” en realidad era una mosca. Escupí todo en mi mano. © Teresa Mendoza Andrade / Facebook
  • Una vez invité a mi familia a cenar en casa en pleno verano, pero el aire acondicionado no funcionaba muy bien. Le dije a mi sobrina que había hecho heladitos de vainilla y que los podía repartir, que estaban en el congelador. Todos empezaron a chupar sus bolsitas y la sobrina mayor, que fue quien los repartió, fue la última en probarlo y me dijo: “Tía, esto sabe muy raro, le falta azúcar”. Fui a verificar y resultó que había guardado una pechuga de pollo deshuesada en una bolsita en el congelador y esa fue la que le tocó a ella. © Rosy Ripalda / Facebook
  • Mi hermana tenía un exceso de leche materna, así que la recogía en un vaso para facilitar el proceso. Un día, olvidó guardarlo y se fue de casa. Cuando mi cuñado llegó, se tomó el vaso pensando que era su merienda, ¡jajaja! Todos se dieron cuenta de lo sucedido después. © Luces De Los Ejercitos / Facebook
  • Después de dar un paseo por la calle, encontré un vaso verde en la mesa. Me serví agua y al beberla, noté un sabor a chocolate. Grité porque nadie estaba cerca, y les pregunté: “¿Por qué el agua sabe a chocolate?”. Me respondieron: “No le hemos agregado nada, ¿en qué vaso te serviste?”. Respondí: “En el vaso verde que está en la mesa”. Todos se rieron y me dijeron: “No seas tonto, ese es el vaso que usamos para sacar las croquetas del costal y alimentar a los perros”. © Arias Guzman / Facebook
  • Una vez, estaba jugando con mis primos y estaba muy emocionada. Entré en la cocina de mi abuela y vi una jarra de refresco de color amarillo. Busqué un vaso y me serví. Al tomar el primer sorbo, sentí un sabor horrible y quise vomitar, pero no pude. Era aceite. Y, sí, me provocó una fuerte diarrea.© Lena Urquis / Facebook
  • Una vez durante la comida, mientras comíamos almejas a la marinera un poco picantes, llené el vaso de mi padre con un laxante transparente. Mi hijo probó las almejas y me dijo: “Mamá, están muy picantes”. Cuando miró a la mesa, se dio cuenta de que el único vaso lleno era el de mi padre, así que se lo bebió todo. Luego corrió al baño con un fuego tremendo. Fue un día difícil para él. © Olga Gonzalez Lopez / Facebook
  • Cuando mi hermana llegó a casa, me pidió un vaso de agua porque tenía sed. Le dije que tomara agua de la nevera, pero se tomó la de una jarra que estaba llena de agua que salía de la cañería. La nevera goteaba mucho, así que le puse ese recipiente y cuando se llenaba, a los días, la botábamos. Se la tomó toda y me dijo: “El agua estaba rara, sabía como a cebolla”. Le expliqué que era agua de la cañería, pero ya era tarde. © Lily Del Rocio Legarda Mateus / Facebook

Si te gustan las historias de la vida cotidiana que terminan en giros inesperados, puedes leer estas anécdotas (uno, dos).

  • Trabajaba en un restaurante y vi un molde con azúcar quemada en la cocina. Como ahí se preparaba flan napolitano, me lo bebí pensando que era dulce. Pero para mi sorpresa, resultó ser aceite quemado. © Reyna Selene Jacome / Facebook
  • Cuando era niña, me encantaba comer dulces. Vivíamos en el campo, y la cocina de mis padres era de barro y piso de madera, y tenía estantes con ollas de barro negras, algunas con tapas. En una de ellas, mi madre guardaba golosinas y nos daba de a poco. Un día, descubrí el escondite y cada vez que iba por allí, tomaba algunas. Pero, al parecer, las hormigas también lo encontraron. Así que, otro día, sin darme cuenta, tomé algunas y, sin mirar, las metí en mi boca. Resultaron ser picantes y desagradables. Escupí todo y me lavé la boca, pero me ardía tanto que lloraba, y ahí se acabó mi amor por los dulces.© Katty Vásquez / Facebook
  • Cuando era una niña de siete años, entré al cuarto de mi abuela y vi un frasco transparente con tapa en su mesa de noche. Sin saber lo que era, y por mi ingenuidad, asumí que se trataba de algún tipo de gelatina. Abrí el frasco y tomé un gran sorbo. Para mi horror, resultó ser una muestra de flema que le habían pedido en el hospital unos días antes. Todavía puedo sentir la sensación desagradable en mi garganta. Nunca olvidaré ese momento. © Janet Mueses / Facebook
  • Mi madre recién había comprado un coche y fui a verlo con ella. Le di las llaves para que pudiera abrirlo y probarlo. En ese momento, desde lejos, vi que abría la puerta del piloto y se llevaba algo a la boca. Me quedé paralizada. Resulta que siempre llevo gomitas para perros en la puerta del coche y mi madre había comido dos por accidente. Al morderlas, las escupió y ambos nos reímos a carcajadas.© Iria Pérez Conde / Facebook
  • En mi casa se comía mucho pescado. Mi hermano mayor cuando tenía unos 2 o 3 años, le dijo a mi mamá con muchísima emoción: “Mamá, mamá, me comí un pescado con todo y patas” cuando mi mamá fue a revisar tenia la boca llenas de alitas de cucaracha. © Isis Infante / Facebook
  • Una amiga y yo hicimos un pastel y quedaron dos huevos crudos que mi amiga guardó en la nevera. Cuando llegó su hermano, vio los huevos en un recipiente y pensó que eran duraznos en almíbar, así que los tomó rápidamente. Pero para su sorpresa, no habíamos abierto la lata de duraznos para decorar el pastel. © Came García / Facebook
  • Recientemente, encontré una mezcla con miel en el refrigerador que mi hija había dejado allí. Pensando que era un postre o cajeta, me la comí. Más tarde, mi hija me preguntó: "¿Mamá, te comiste mi mascarilla de avena?".© María Elena Castillo Aburto / Facebook
  • Una noche, después del trabajo, fui a saludar a mi madre en su habitación y ella me dijo: “Cena, hija, ahí hay pollo con sopa de fideo”. Yo dije: “Mmm, mi plato preferido”. Fui a la cocina y vi dos ollas en la estufa. Toqué una y estaba caliente, la destapé y vi pollo con sopa, así que me la serví y me la comí. Sin embargo, más tarde descubrí que esa sopa era para el perro y el otro recipiente era para la cena de la familia. Pero mi mamá me aseguró que no había problema, ya que lavaba muy bien el pollo antes de dárselo al perro.
    © Lopez Lopez / Facebook
  • Mi mamá compró jugo concentrado de tamarindo. Vi jugo en una jarra y tomé un vaso de un trago. Resultó que no era jugo, era agua de la salchicha que mi hermano había hervido. © Juliana Fatiga / Facebook
  • Una vez, cuando mi hermano tenía alrededor de 10 años, estábamos en casa de mi abuela y tomó un vaso de agua que estaba en un mueble. Mi tía lo vio con el vaso en la mano y le gritó: “Hijo, suelta ese vaso, esa es el agua donde Rafael enjuaga su dentadura postiza” Desafortunadamente, ya se había tomado el agua. © Dorin Mayorga / Facebook
  • Me gusta mucho el dulce de coco. Una vez llegué a la casa de mi hermana, abrí la nevera y vi una vasija llena. Llené una cuchara para probarlo, pero en realidad era grasa de cerdo.© Dri Palma / Facebook
  • Un día, llegué a casa y vi un tazón de postre en la nevera con la mitad de un melocotón en almíbar. Pensé que alguien lo había dejado allí y no quería lavar el tazón, así que decidí probarlo. Sin embargo, resultó ser un huevo crudo que mi madre había dejado. © Romenia Pianta / Facebook
  • Me gustan mucho los cupcakes, de cualquier tipo. Un día, mi padre trajo uno de un bar cercano a casa que hacía unos deliciosos. Al morderlo, mi cerebro me alertó: “Nunca has probado esto antes, escúpelo”. Miré hacia un lado y mi padre se estaba riendo, porque el cupcake estaba hecho con cerebro de vaca. ¡Ay, no! © Edilaine Silva / Facebook
  • En el pasado, solía tomar el agua de la botella de mi hermano sin su permiso, lo que a él no le agradaba. Un día, llenó su botella y le añadió una gran cantidad de sal. Más tarde, bebí “su agua” sin darme cuenta de la trampa. © Stella Beltrame / Facebook
  • En casa prepararon una omelet que, por alguna razón, decidieron mezclar en la licuadora y quedó de color anaranjado. En un día de verano, llegué con sed y vi la bebida en la nevera, pensando que era jugo de maracuyá. Sin sospechar nada, tomé un sorbo largo y me di cuenta de mi error. © Jessica Anchieta / Facebook
  • Hace algunos años, cuando no era común encontrar croquetas para perros, mis padres solían comprar carne molida especialmente para ellos en el supermercado. Después de cocerla, la dejaban enfriar antes de dársela a los perros. En una ocasión, uno de mis hermanos llegó hambriento y pensó que la olla tenía frijoles refritos. Se preparó para tomar una gran cucharada, pero lo detuve advirtiéndole: “¡No, es la comida para perros!”. La cara de decepción de mi otro hermano fue evidente cuando me dijo: “No deberías haberle dicho”. © Rosalia Noe / Facebook
  • Trabajaba en el departamento de compras y en el escritorio de mi colega había unos parches de algodón de colores. Pensé que eran algodones de azúcar, agarré un trozo y lo mordí. Sin embargo, resultó ser fibra de vidrio en lugar de algodón de azúcar. Afortunadamente, no lo tragué. © Vera Lucia Caratanasov / Facebook

Si tu igual eres muy distraída, quizás también te puedas identificar con estas otras historias (uno, dos, tres).

Bono 1: historias que demuestran que la cocina tampoco es para los despistados

  • Durante una reunión de los martes, una amiga vecina trajo un bizcocho delicioso espolvoreado con azúcar impalpable. Sin embargo, mientras estábamos allí, ella recibió una llamada diciéndole: “Te equivocaste, le pusiste bicarbonato en lugar de azúcar impalpable”. © Carmen Vargas / Facebook
  • Yo solía hacer helados caseros en bolsitas y los dejaba en el congelador para disfrutarlos cuando quería. Un día, con mucho calor, saqué una bolsita de helado de chocolate y corté la esquina de la bolsa para chuparlo. Sin embargo, me di cuenta de que tenía sabor salado y lo escupí. Resultó que eran frijoles negros congelados que también congelo en bolsitas. Mi hijo se rió mucho de la situación. © Elsa Vazquez / Facebook
  • En una ocasión ya casada hice de comer en la casa de mi mamá albóndigas y resulta que en vez de harina les puse cal y me di cuenta hasta que mi papá las probó © Ofertas bubu / Facebook
  • Llegué a casa de la universidad muriendo de hambre, así que cociné unos macarrones muy rápido y le puse un montón de queso rallado. Cuando fui a comer, descubrí que no era queso, era harina láctea. Lo comí igual, no lo podía tirar y desperdiciar. © Camila Tinoco / Facebook
  • Un día, mi esposo me ayudó a preparar mi comida para llevar al trabajo mientras yo hacía otras cosas. En la tarde, después de haber comido, preparé una taza de café y recordé que mi esposo también había incluido algunas galletas en mi lonchera. Tomé una galleta y le di un mordisco junto con un sorbo de café. Mmmm, me pareció un poco extraña, mmm, algo mantecosa y sin mucho sabor. Pensé que eran galletas de granola o trigo, pero después de probar varias, no pude identificar su sabor. Finalmente, revisé la bolsita y descubrí que eran “galletas para perros”, ¡jajaja! Llamé a casa para decirles que si contestaba “guau, guau” cuando me llamaran, era culpa de mi esposo.© Elvia Villanueva Perea / Facebook

Bono 2: ¿por qué nos cuesta poner atención?

Los psicólogos Matthew Killingsworth y Daniel Gilbert descubrieron que, en realidad, la mente humana está programada precisamente para distraerse de manera continua. Pero esto no nos lo inventamos, hay un estudio realizado con 2250 adultos, en donde concluyeron que pasamos alrededor del 47 por ciento de cada hora de vigilia “divagando”. Esto también se conoce como “pensamiento independiente del estímulo”, la divagación mental es una experiencia tan ordinaria, tan natural para nosotros, que ni siquiera la notamos.

Esto quiere decir que pasamos gran parte del día pensando en “tengo que terminar la presentación del trabajo”, y más tarde, mientras comes, “tengo una llamada en una hora”. Después tu mente te lleva (por más de 10 minutos) a un escenario en donde estás en la playa, tumbada en un camastro, lejos de todo y todo, etc. A todas nos ha pasado más de una vez, y es totalmente normal, porque así funciona el cerebro. Lo malo es cuando esto ya afecta a tus actividades diarias.

Otra razón por la que divagamos mucho puede ser porque: “Perdemos el enfoque la mayor parte del tiempo es porque buscamos escapar de algún tipo de incomodidad, como el estrés, la ansiedad, la soledad o el aburrimiento”, menciona Nir Eyal, autor del libro “Indistractable”. Si descubres que alguna actividad te causa ansiedad, trata de limitar el tiempo que pasas haciéndola. Si te sientes sola, trata de salir y/o hablar con familiares y amigos. Identifica qué es lo que hace que recurras a tu mente con mayor facilidad. Aunque también hay algunos otros factores que pueden afectar como el ambiente, falta de sueño, malos hábitos alimenticios, etc.

De cualquier forma, aquí te dejamos algunas técnicas que te ayudarán a concentrarte en el presente:

  • Practica Mindfulness. Seguro ya has escuchado de esto antes. Pero si no, aquí te lo explicamos brevemente. El Mindfulness es un tipo de meditación en la que te enfocas en ser intensamente consciente de lo que sintiendo tanto físicamente como interiormente en el momento, sin interpretación ni juicio. Hay varias maneras de practicarlo como: enfocar tu atención en el sabor de la comida, en los sonidos de tu alrededor, etc.
  • Evita ser Multitasking. Esto quiere decir que no intentes realizar múltiples actividades al mismo. Aunque creamos que esto es ser productivas, la realidad es que destinamos poca concentración y enfoque a cada actividad, lo que lleva a una menor productividad y, por ende, al agotamiento.
  • Entrena a tu cerebro de manera divertida. Hoy en día hay muchos juegos como rompecabezas, sudoku, ajedrez y hasta videojuegos que pueden ayudarte a mejorar tus habilidades de concentración, a desarrollar la memoria de corto y largo plazo y mejorar las habilidades de procesamiento y resolución de problemas.
  • Haz ejercicio. Hacer ejercicio de manera regular libera sustancias químicas clave para la memoria, la concentración y la agudeza mental. También, aumenta los niveles de dopamina, norepinefrina y serotonina en el cerebro y todo esto afectará el enfoque y la atención. Las personas que practican algún tipo de ejercicio o deporte se desempeñan mejor en las tareas cognitivas en comparación con aquellas que tienen mala salud física porque tienen, incluso, mayor energía.
  • Escucha música. Pero no cualquier tipo de música. No es que vas a poner a Dua Lipa o Lady Gaga mientras trabajas. Que, claro, puedes hacerlo. Pero según los expertos, la música “ligera” es lo que en realidad ayuda a la concentración. Esto quiere decir que la música clásica o los sonidos de la naturaleza, son buenas opciones para concentrarse, mientras que la música con letras y voces humanas puede distraer.
Bella y Genial/Historias/28 Personas que pasaron un mal rato por culpa de la curiosidad
Compartir este artículo