Bella y Genial
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19 Personas prestaron cosas muy preciadas, pero hoy no volverían a hacerlo

Una de las enseñanzas más arraigadas en nuestra infancia es la importancia de compartir con los demás, expresada en frases como “presta tu juguete a tu amigo”. A medida que maduramos, tendemos a seguir siendo personas generosas y a brindar ayuda a quienes lo necesitan, siempre y cuando esté a nuestro alcance. Sin embargo, hay quienes parecen haber pasado por alto la parte final de esta moraleja: “Devuelve lo que no es tuyo”.

  • Le permití a una amiga vivir en mi casa durante un año. Ella tenía una hija y dos perros que pasaban el día dentro de mis muebles reclinables de gamuza. Y eso no es todo, también se llevó toda mi ropa buena y las sábanas de mi cama. Cuando volví de mi viaje, me soltó un “todavía falta un mes” y me dejó en la calle. Tuve que vivir ese tiempo en la bodega de mi casa. Cuando al fin se fue, se olvidó el árbol de Navidad y las bolas. Por supuesto, mandó a su hija a buscar todo.© Josefine Carrillo / Facebook
  • Una vecina me pidió prestada una camisa nueva, y cuando vino a devolvérmela, mi madre la recibió y decidió regalársela. Me sorprendió mucho la situación, así que le pregunté por qué lo hacía. Su respuesta fue clara: “Es para que aprendas que la ropa es algo personal y no se presta”. No supe qué decir y quedé calladdo. © Stefany Cardonas / Facebook
  • Un día de mucho frío le presté a un tío que había venido a visitarnos una chamarra de mi esposo (era supercara). Cuando lo volví a ver, la llevaba puesta y estaba muy sucia. De todos modos se la pedí y me dijo que, de ninguna manera, que esa chamarra era suya y se la había regalado su hijo. Insistí, y hasta le recordé el día que se la había prestado. Sin titubeo me dijo: “No lo creo. Estoy seguro que no”. Nunca me la devolvió. © Claudia Morales / Facebook
  • Le presté mi reloj a mi compañera y al tiempo me dijo que lo había perdido, pero me aseguró que me lo pagaría. Cuando después de un tiempo le pregunté, solo atinó a decir que no tenía dinero. Aún sigo esperando. Pasaron 36 años. © Guadalupe Alejandra Flores Fernández / Facebook
  • Le presté una máquina de soldar a un amigo, la misma con la que aprendí a hacer soldaduras. Como tengo varias, pasaron varios días hasta que se me ocurrió preguntarle por ella. Menuda sorpresa me llevé con su respuesta: “No, hace mucho que ya no la tengo. La fundimos y la vendimos”. Claro que no me causó nada de gracia en ese momento. ¡Amigos son los amigos! © Pablo Stampanone / Facebook
  • Tenía la colección entera de libros de Agatha Christie. Una colega del trabajo, una profesional ya adulta que era por ese entonces como mi jefa. En esos días su mamá estaba internada y para entretenerse me pidió si le podía prestar varios libros. Le di 10. Su mamá empeoró y murió al mes. Yo no me animé a pedirle los libros apenas volvió al trabajo después de su licencia. Pero dejé pasar un tiempo y le pregunté, eran muy valiosos para mí. Me respondió: “Ni idea dónde están. Los dejé olvidados en la clínica. No tenía mi mente para estar cuidando libros”. Tuve que ir comprando de nuevo los perdidos, pero no estaban todos. Nunca pude volver a completar mi colección. © Vivian Acevedo / Facebook
  • Le presté un pantalón a una supuesta amiga. Resulta que me lo lavó con lejía y se manchó. Su reacción inmediata fue ir a comprarse uno igual porque le encantaba y a mí me lo devolvió con la mancha. Me quedé con mi pantalón estropeado y viéndola a ella lucir su pantalón nuevo. Tuve que tirar el mío. © Sandra Tirado / Facebook
  • Mi esposo y yo nos mudamos a una casa con un amplio patio, para mantenerlo siempre bonito compramos una podadora. En una ocasión, el hijo de mi vecina me la pidió prestada. Después de un largo tiempo, fui a buscarla y me sorprendí al descubrir que el chico la estaba utilizando para su negocio de limpieza de patios. La podadora estaba en pésimas condiciones y muy sucia. Me resultó difícil digerir lo que había pasado. © Marta Malave / Facebook
  • Mi madre me obligó a prestarle mi vestido de fiesta de 15 a la hija de una amiga suya. Después de usarlo, ellos lo mandaron a la tintorería y supuestamente no tuvieron dinero para ir a retirarlo. Después de mucho tiempo de insistirles, nos dieron la dirección de la tintorería. Resulta que en el lugar tenían la costumbre de regalar a casas hogar la ropa que nadie retiraba. Ojalá que muchas quinceañeras lo hayan usado. © Mery Carrillo / Facebook
  • Le permití a un “amigo” vivir unos meses en mi casa (se la dejé amueblada). Él me pidió permiso para usar mi computadora y yo accedí. Cuando volví se había ido, y se había llevado mi computadora. Cuando se la pedí me respondió que le había instalado un programa carísimo y que no tenía planeado perderlo por un capricho mío. Lamentablemente él falleció. Claro que nunca recuperé mi computadora nueva. © Meli Durand Ortiz / Facebook

No es necesario que aceptemos pasivamente la mezquindad o ingratitud de otras personas, también podemos darles una lecciónponerlas en su lugar. Y las malas actitudes no ocurren solo entre amigos, vecinos o conocidos, también entre parientes cercanos hay muchos roces, claro, no es una novedad. La buena noticia es que aunque existen este tipo de relaciones entre conocidos y familiares, también hay de las otras, esas que muestran que el amor es el lazo más fuerte y más perdurable que puede existir.

  • Le presté a mi cuñada un vestido muy bonito que me compré para una boda. Era color verde esmeralda, con un escote de corazón y piedras en la cintura, no lo pagué muy caro, pero igual me gustaba mucho. Cuando me lo devolvió lo había cortado a la medida de ella (es más bajita que yo) y hasta le había tirado una bebida encima. Obviamente, le dije que se lo quedara, yo jamás iba a poder volver a usarlo. © Glo Ria Chavez / Facebook
  • Durante mi tiempo en la escuela secundaria, mi madre me compró unos tenis de la marca Menudo. Recuerdo que era viernes y una amiga me los pidió prestados. Cuando volví a la escuela el lunes vi a una compañera que ni se hablaba conmigo presumiendo mis tenis. No estaba enterada de que eran míos, mi amiga se los había prestado y nunca le dijo. Me dio tanta bronca en ese momento que fui y se los quité. © Betty Dourdan / Facebook
  • Unos hombres a quienes se les había descompuesto el auto justo enfrente de la casa de mi padre le pidieron una pinza y un destornillador. Ni bien lo repararon, continuaron su camino y no se los devolvieron. © Roxana Arias / Facebook
  • Tuve una fiesta justo al lado de mi casa y llevé puesta una chaqueta de mezclilla nueva. Me la quité durante la fiesta y antes de irme no pude encontrarla por ninguna parte. Después de unos días, vi a mi vecina paseándose con ella lo más tranquila. Además, descubrí que toda su familia tenía la costumbre de apropiarse de objetos ajenos sin mostrar el menor remordimiento y exhibiéndolos como si fueran suyos.© Patricia Pino / Facebook
  • Le presté una blusa nueva a una supuesta amiga porque al parecer su mamá iba a hacerle una igual y la quería de modelo. Esperé y esperé muchos días y nada, me daba mil excusas, pero no me la devolvía. Entonces con mi mamá decidimos caerle de sorpresa y la encontramos fuera con una amigas y la blusa puesta. Enseguida, y delante de todas, mi mamá le pidió que nos la devolviera. De un salto subió corriendo al segundo piso y se la quitó. © Nathalia Angela / Facebook
  • Una vez le presté un vestido a una amiga porque ella quería sacar un molde de él. Pero cuando me lo devolvió, era como si me hubieran dado otro vestido completamente distinto, era enorme. Estaba todo roto en las costuras y lleno de pelotitas; la chica pesaba unos 30 kilos más que yo. Tuve que tirarlo a la basura. © Julieta Romero / Facebook
Imagen de portada Stefany Cardonas / Facebook
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